
Producto de la cantidad de sismos que han mantenido alerta a todos ante el más mínimo remezón, me han propinado un gran: “Cállate”, porque sin medir las consecuencias de las palabras, algo muy, pero muy usual en quien escribe esbocé un gran: “Debiera terrmotear luego, en vez de estar urgidos por pequeños temblores”.
Y tan descabellado no es, en este momento la población está en alerta, saben donde recurrir, tienen velas y víveres a manos, números de las oficinas de emergencias, los niños salieron de vacaciones, y todo un cuanto hay para un país que vive en alerta constante debido a su calidad geográfica de sándwich entre dos placas.
Y esto es lo bueno que pocos ven, y sólo se hacen presa del pánico que provoca un movimiento telúrico, olvidando que en otras condiciones ha sido peor, cuando el factor sorpresa arremete, y todos petrificados intentan reponerse ante la catástrofe. Claro, reconozco el gusto sádico por los temblores, y además, alivia pensar que nada tiene que ver con el calentamiento global y la cantinela conocida por todos, terremotos ha habido siempre, y bien que sabemos de ellos.
Pero, el punto es otro. Detengo la divagación para tratar de entender por qué preferimos alargar, dilatar y esperanzarnos ante situaciones inevitables, un día más de paz, una más noche durmiendo entrelazados, cerrar los ojos y esperar cambios en la inexorabilidad de la muerte. Como si por esperanzarnos ese “algo” dejará de ocurrir, no podemos comparar emociones con hechos científicos, más un paralelismo simple resulta, una gris deducción, pero resulta.
Pensamos que con nosotros serán distintos, confiamos en la calidad única y especial de cada ser humano, creemos y soñamos con lo imposible, nos aventuramos en desafíos con fecha de vencimiento, al fin del túnel inventamos luces, hacemos la vista gorda para evitar sufrir, aún sabiendo que algo malo pasará.
Tercos , porfiados, masoquistas , pero intentando ser felices.
Está claro, los parabienes y buenos deseos de los reyes magos no han pasado por mi mente, y lamentable sería si pasara algo catastrófico a fin de año, pero prefiero estar prevenida y saber de antemano para reaccionar de la forma correcta. Prefiero reventar los sueños irrealizables, cortar la espera sin esperanza, y dejar de derramar lágrimas sobre la leche derramada.
Prefiero un terremoto para empezar de cero.
Disculpas por el tono negrusco, la falta de espíritu navideño, y no medir las reales consecuencias de un terremoto, las muertes y todo lo que conlleva, pero insisto estamos mejor preparados que ayer.