Cuando la nube negra no cesa de llover, con truenos y relámpagos incluidos, posándose justo sobre la cabeza del círculo de hierro que te protege, las ganas de arrancar se presentan , pero la linda nubecita al parecer se controla con GPS, te encuentra donde estés y siguen, y siguen lloviendo chuzos que calan en lo más hondo.
Después todo, y empapada de calamidades, con la respectiva introspección de rigor, lentamente pequeñeces trascendentales te invitan a volver a creer. Me contento con poco, muy poco, debe ser porque tengo el estigma del catolicismo en el que no creo, pero pesa la enseñanza de las monjas, y no poseo el empuje emprendedor de los protestantes, que se tienen que descrestar para ganarse el welcome al cielo, yo en cambio espero arrepentirme a último momento de todo lo que hice perversamente mal y listo. Lleve dos y pague uno.
Creo que comencé a perder el norte de la cuestión, en fin. Comencé a valorar lo bueno que se presenta, una extensa conversación anodina con los entrañables, saber que después de años te reconocen volviendo en flash back al momento preciso en que conociste a una persona excelente, disfrutar tomando un helado frutos del bosques en una burbuja que deseas nadie reviente, escuchar a Leonardo Favio (en honor a los viejos tercios) en un colectivo, y sin más ponerse a cantar, sumándose hasta el chofer, y para terminar Sinatra y su memorable I’ve got you under my skin. La simpleza misma de lo rebuscado, pero que pasa sólo en eso días en que vuelves a creer, y todo se vuelve un simbolismo.
Upss, algo se me olvidaba, creo que debo admitir que todo lo vivido fue percibido bajo la influencia de un sour mango. Detalles, un pequeño detalle trascendente.