
El tiempo dejó de transcurrir e inmóviles los dos cuerpos perpetuaron, añoraron y disfrutaron el eterno abrazo reconocido.
El calce perfecto entre sus tórax, y en el contorneo de los brazos rozando las puntas de sus dedos, alargaban el círculo que los uniría hasta el último brindis de un vodka.
Escabulleron miradas para no encontrar a otro; ya eran otros. Envueltos en el más confortable de los pasados.
Su presencia bastaba para detener el tiempo, y pensar que un buen rato, es sólo el recuerdo de un interminable e infinito buen rato.