Momentos únicos en la vida que ocurrieron sin que los esperáramos, momentos en que todo pareció claro, en que pudimos ser íntegros, totales, sentirnos vivos en una intensidad no conocida. Momentos en que toda la confusión desapareció y nos vimos con total claridad.
Instantes largos o fugaces en que hemos podido Ser, en paz, en coherencia, en total certidumbre y expresión. Certidumbre, significado esquivo por estos días en que la inestabilidad emocional, laboral, y racional naufragan en incógnitas.
Todo se transformó, el mundo cobró encanto y se me reveló la cara oculta de las cosas. Pude ver el brillo y la dignidad de vivir, entender que el ahora es inigualablemente mejor que el mañana, y el pasado, sólo un buen o mal recuerdo.
No se trata sólo de solazarse con momentos agradables (lo cual ya es válido en sí) o encantadores, sino que de despertar a otra visión, una donde los excesos, sobre estímulos, la permanente ansiedad por tener más y más cosas. Las experiencias ya no constituyen los espejismos que conducen nuestro vivir, sino la simplicidad, la sensibilidad, la sutileza, la comprensión que aparecen naturalmente cuando acallamos el rollo mental que no nos permite valorar lo sencillo y escuchar los mensajes internos.
Entonces es cuando todo lo que parecía insignificante cobra relevancia: el gesto, la palabra, la respiración, la luz que cae sobre un objeto, el alimento, el escuchar y hablar, todo, hasta los más mínimos detalles se vuelven significativos; porque la claridad de una nueva consciencia los alumbra y ya no necesitamos nada extraordinario en nuestras vidas porque todo, hasta lo más cotidiano, se ha transfigurado.
Ayer lo llamé conformismo, hoy tranquilidad.