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lunes, diciembre 10, 2007

DETALLES

Cuando pensamos en los momentos culminantes de nuestra vida, generalmente los relacionamos con hechos concretos, fechas significativas, como algún cumpleaños, entrada o salida del colegio, título universitario, los primeros sueldos, nacimiento de hijos, aniversarios..., hay otras experiencias significativas tanto o más importantes que éstas por la impronta que podrían dejar en nosotros, en especial si nos damos cuenta y las dejamos pasar porque son sencillas y les falta espectacularidad.

Momentos únicos en la vida que ocurrieron sin que los esperáramos, momentos en que todo pareció claro, en que pudimos ser íntegros, totales, sentirnos vivos en una intensidad no conocida. Momentos en que toda la confusión desapareció y nos vimos con total claridad.


Instantes largos o fugaces en que hemos podido Ser, en paz, en coherencia, en total certidumbre y expresión. Certidumbre, significado esquivo por estos días en que la inestabilidad emocional, laboral, y racional naufragan en incógnitas.


Quizás ocurrió mientras caminaba por la calle y no esperaba nada, o cuando levantamos la vista del computador, o cuando conversábamos con un amigo, o bebía en soledad una mala botella de vino, entonces vino una comprensión de plenitud en que supe que no necesitaba nada más, nada más que ser en cada momento íntegro, nada más que estar completamente allí.


Todo se transformó, el mundo cobró encanto y se me reveló la cara oculta de las cosas. Pude ver el brillo y la dignidad de vivir, entender que el ahora es inigualablemente mejor que el mañana, y el pasado, sólo un buen o mal recuerdo.

En una cultura en que todo es productividad, en que todo tiene valor en un sentido instrumental, o sea en un beneficio medible, ojala económicamente, tendemos a no prestar atención a este tipo de experiencias, sin embargo ellas son el condimento de la vida, y reprimirlas u olvidarlas es ahogar la posibilidad de vivir una vida con significación y sentido.

No se trata sólo de solazarse con momentos agradables (lo cual ya es válido en sí) o encantadores, sino que de despertar a otra visión, una donde los excesos, sobre estímulos, la permanente ansiedad por tener más y más cosas. Las experiencias ya no constituyen los espejismos que conducen nuestro vivir, sino la simplicidad, la sensibilidad, la sutileza, la comprensión que aparecen naturalmente cuando acallamos el rollo mental que no nos permite valorar lo sencillo y escuchar los mensajes internos.


Entonces es cuando todo lo que parecía insignificante cobra relevancia: el gesto, la palabra, la respiración, la luz que cae sobre un objeto, el alimento, el escuchar y hablar, todo, hasta los más mínimos detalles se vuelven significativos; porque la claridad de una nueva consciencia los alumbra y ya no necesitamos nada extraordinario en nuestras vidas porque todo, hasta lo más cotidiano, se ha transfigurado.


Y lo mejor de todos es que nos libera de vivir pensando en el futuro, de proyectar constantemente hacia adelante el día en que al fin seremos felices o dejaremos de vivir en el sinsentido. Nos hace entender que todo está aquí y ahora, que no necesitamos nada, que la gran Vida siempre fue pródiga, que quizás fuimos nosotros los que por estar obsesionados con nuestros deseos, no supimos Ver.

Ayer lo llamé conformismo, hoy tranquilidad.