lunes, mayo 26, 2008

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Ciento diez capas, trescientas líneas, rojos diluidos transitan entre la coherción y la distensión.

Al asomo del bisturí paralizaron entumecidas ante la elocuencia de las palabras. Silencio, miradas incómodas, y una sonrisa nerviosa dibujada en sus pálidos labios.

Verde aguamarina y azul índigo.
Líneas verticales, mantén la horizontalidad del trazo, no respires y sigue.

Tras la perilla enmohecida, oscuridad, frío, mientras el tiempo detenido arremete con látigos de antaño. La pequeña puerta de metal eriza vellos de piernas y brazos. Las miradas no se cruzan, la pausada respiración y los latidos entre cortados inundan la habitación.

Ascienden. El abismo está al frente, no saltaran, cierran los ojos y dan un paso temeroso al resbalar con la humedad. En sus caras rueda la lluvia, escalofríos, se estremecen y al fin miran.
Sólo cincuenta y cinco capas de agua cubrieron la tela, los colores traslucidos siguen vivos, y ellas también.

Cuadrados blancos y negros, bañeras rotas, lámparas y un patio de luz reverberando las últimas historias de principio de siglo, el creacionismo deambula en las sombras de la tarde-noche, inmutables las vidas pasan para volver al mismo lugar.

Una mole detenida entre burdeles y vericuetos, es sólo un edificio derruido, los ignorantes oriundos no saben de él. Ella fueron los primeras en entrar y no salieron más.